No podemos olvidar que el 29 de diciembre del año 2000 de manera despiadada los asesinos de la guerrilla de las FARC le negaron el derecho a vivir a él, a su mamá y a cinco personas más. Es un crimen que dejó un duelo eterno porque la crueldad del asesinato causó huellas imborrables.
Cuando una vida se extingue de manera natural, el tiempo cura la herida en el convencimiento de que esa persona cumplió con su ciclo vital. Cuando es abrupta y abyecta como la que impusieron las Farc en un ser humano que solo buscaba la paz, la herida sangra eternamente.
Más aún cuando la impunidad se impuso como sello de un crimen atroz. Hemos visto una firma de un acuerdo de dejación del conflicto, y ni por un segundo quienes ordenaron el crimen han cumplido con la promesa de decir la verdad, de por lo menos levantar el velo que nos deje ver con claridad a los autores intelectuales.
Eso hace que la aflicción sea eterna. Diego, te recordamos cada segundo de la vida, no olvidamos tus mensajes por la paz, tus esfuerzos por lograr la reconciliación. Y tampoco olvidamos la infamia de tu desaparición a manos de unos criminales que con ese acto atroz no contribuyeron a la paz sino a la degradación del conflicto.
Hasta la eternidad vamos a seguir pidiendo verdad, justicia y reparación. Los criminales de las Farc que ordenaron ese asesinato masivo en el que pereciste no pueden permanecer atrincherados en la mentira. Acabaron con una familia, tu asesinato fue solo el epílogo de un verdadero genocidio.
Ese infausto día viajabas con tu mamá, doña Inés, una líder de su región, una mujer influyente. Ni ella ni las cinco personas que los acompañaban se salvaron de la falta de humanidad. No vamos a olvidar que los obligaron a bajar de los carros y los acribillaron en el piso. Sin que brille la verdad ninguna paz puede ser aceptada.
Eternamente estarás en nuestra memoria.
CONCEJAL DE BOGOTÁ