Está claro que no les importa que el costo de colarse a TransMilenio sea la vida

No es con minutos de silencio como TransMilenio va a lograr enfrentar el tema de los colados. El extremo al que ha llegado el problema muestra que el caos y el desorden se adueñaron del sistema.

¿Qué pueden hacer unos patrulleros desarmados sino asustarse cada vez que una horda de pasajeros se lanza en gavilla para entrar a la estación por las puertas laterales, mientras otros saltan el torniquete evadiendo todo tipo de control? Y todo ante el pánico, la impotencia y el susto de los usuarios que sí pagan.

Está claro que no les importa que el costo de colarse sea la vida. Las escenas cotidianas de colados que vemos como usuarios -porque soy usuaria de TrasMilenio todas las mañanas y defensora del sistema- y que muestran los medios de comunicación evidencian el tono de reto a la autoridad, el gusto por ir en contra de un trasporte que de lejos perdió las riendas de la autoridad y el control.

Los colados son la punta del iceberg, la fiebre, el síntoma del profundo mal que afecta al sistema TransMilenio, ante la actitud pasiva y llena de anuncios sin acciones concretas de esta administración distrital.

Primero llegaron los pedigüeños argumentando todo tipo de males y dolencias; después fueron los cantantes, alegando que es un medio para ganarse la vida, que ahora suben acondicionados de equipos completos de sonido que ponen a todo volumen atentando contra la tranquilidad individual de los pasajeros y el derecho al respeto por el otro.

Detrás de ellos se subieron los vendedores ambulantes, no solo a las estaciones y portales, sino a los buses, con la complacencia de las directivas de TransMilenio que no hacen nada para evitarlo. Y como si no fuera suficiente, los habitantes de calle, los ladrones y asaltantes se entronizaron con su estilo amenazante de intimidar a los pasajeros si no les dan plata.

Todo este desorden y toma de control del sistema por parte de limosneros, vendedores, cantantes, asaltantes y habitantes de calle se produce en medio de la profunda ineficiencia en la que ha caído el sistema en las frecuencias de los buses.

Los pasajeros que al comienzo se alegraron porque TransMilenio los llevaba más rápido por el carril exclusivo de las troncales, sufren hoy la pesadilla diaria de esperar que pase un bus entre 20 y 40 minutos.

No es una exageración, es un dolor de cabeza cotidiano para las personas. Con el agravante de que muchos saboteadores se aprovechan del malestar de los pasajeros para promover bloqueos permanentes del sistema, que le sirven a la administración para culpar a los saboteadores del problema y evadir la discusión de fondo: que TransMilenio se le salió de las manos a la administración.

No quiero posar de pesimista, pero estamos botando a la basura los 4,3 millones de pesos que le estamos invirtiendo a cada puerta anticolados anunciada por TransMilenio. En la prueba piloto hecha en la calle 57 con avenida Caracas los colados se burlaron de TransMilenio colándose en gavilla por las nuevas puertas.

De nada está sirviendo que le suban la altura a los accesos de las estaciones. A pesar de que les están subiendo la altura, los colados siguen. Al día son 25 mil, que dejan de pagar 45 millones de pesos al sistema.

Como concejala de Bogotá y como usuaria del sistema, tengo claro que a los evasores del pago no les importa que el costo de colarse sea la vida. El año pasado fueron ocho muertos y este año van 3, en escasos cuatro meses. ¿Dónde está la autoridad distrital? ¿Dónde está el gerente?

Nadie ha medido el pánico que produce hoy en Bogotá subirse a un bus o a una estación de TransMilenio.