Gobiernos para el postconflicto

"Hay que saber elegir en octubre. Entreguemos nuestros territorios a probados líderes".

El 2015 será de nuevo un año electoral. Elegiremos en octubre las autoridades locales y los cuerpos colegiados territoriales de elección popular. Una elección que tiene un significado especial. Porque contrario a la elección presidencial, en ella no está en riesgo la continuidad del proceso de paz. Los recientes anuncios del Presidente Santos para avanzar en la discusión de un cese al fuego bilateral que podría pactarse antes de la firma del acuerdo de paz con las FARC, indican que entramos a la fase final de los diálogos de La Habana. Y tal parece que estamos a punto de la instalación de una mesa formal del Gobierno Nacional con el ELN. Diálogo que para
sincronizarse con La Habana debería comenzar por los temas que actualmente se discuten allí: Victimas, cese al fuego y terminación del conflicto.
 
Pero lo que sí está en juego en octubre, es el compromiso de los próximos gobiernos territoriales con el postconflicto. Y ello no es un asunto de poca monta. Cierto es que el cumplimiento de los acuerdos con la guerrilla será principalmente una responsabilidad del Gobierno Nacional. Pero el pacto de paz que se está cocinando compromete variables estructurales del conflicto cuya atención no es posible sin la activa participación de los gobiernos locales y departamentales. Sobre todo en los 350 municipios que han sido escenario permanente de la confrontación armada. El riesgo de nuevos ciclos de violencia en estos territorios seguirá latente sin gobernantes dotados de una agenda de paz y de un liderazgo capaz de movilizar recursos
financieros, sociales e institucionales de las sociedades locales y regionales para aclimatar la convivencia democrática.
 
Un desafío de primer orden es la seguridad. Está bastante documentado la tendencia al incremento de actividades delincuenciales y el delito común luego de la desmovilización de grupos armados. Si la desmovilización no es total, si la reincorporación de los excombatientes no ocurre adecuadamente y si el Estado no despliega plenamente su territorialidad, fácilmente el rearme de los desmovilizados y la aparición de nuevos grupos, más degradados que los anteriores, resulta inevitable. Para no ir muy lejos, eso fue lo ocurrido con La Paz del EPL en Urabá o con el fenómeno de las BACRIM luego de la errática desmovilización paramilitar. Otra prioridad igual o más importante son las Victimas. Hay una ley que ha revelado sus limitaciones y el tema se ha instalado en el corazón de las negociaciones. Seis millones de personas son un universo que exige el esfuerzo de todo el Estado, la movilización de la sociedad y el apoyo de la comunidad internacional. Y los gobiernos territoriales deben dotarse de políticas públicas, instrumentos institucionales y recursos para esta tarea.
 
La recuperación del mundo rural y la reconstrucción de la sociedad agraria constituyen el otro inmenso desafío de los próximos gobernantes locales. Los programas de sustitución de cultivos de uso ilícito, la eliminación de la minería ilegal, la consolidación de las zonas de reserva campesina o de reserva forestal como territorios de paz y convivencia, deberán incorporarse como tareas inaplazables en los planes de desarrollo que discutan y aprueben los Concejos Municipales y las Asambleas Departamentales. Y por supuesto, sería aconsejable la creación de fondos de paz en departamentos y municipios para financiar proyectos que favorezcan la inserción
política y social de los excombatientes en las comunidades locales. No se trata de que los entes territoriales sustituyan las responsabilidades del Estado Central. Por el contrario, debe buscarse que los municipios y departamentos coadyuven decididamente en la construcción de un postconflicto sostenible y duradero.
 
Por eso hay que saber elegir en octubre. Quienes soñamos con superar el agujero negro de nuestro degradado e inútil conflicto armado debemos garantizar que entreguemos los destinos de nuestros territorios a buenos gerentes y probados líderes de paz y convivencia. Hay que cuidarse de no elegir vacas muertas en el camino de la reconciliación de los colombianos.
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