El 29 de diciembre del 2000, el fundamentalismo siniestro de la guerrilla de las FARC privó a Colombia de un gran líder, un hombre de paz, entregado al servicio por su país, en uno de los hechos que marcó con sangre nuestra historia reciente, el asesinato de Diego Turbay Cote. Junto a él, hoy recordamos a su mamá, doña Inés Cote, su amigo el arquitecto Jaime Peña; al conductor del vehículo, Rafael Ocaciones, y a los escoltas Edwin Angarita, de la Policía; Hamil Bejarano, del DAS, y Dagoberto Samboní, todos brutalmente acribillados en una masacre en pleno proceso de paz.
En este como en miles de casos no se ha tenido ni justicia, ni reparación. Las FARC le deben al país la verdad sobre esos homicidios; como muchos colombianos creímos en la intención del proceso con esa guerrilla, sin que hasta ahora veamos algún resultado a favor de sus seres queridos; Diego creyó en esa intención hace más de 20 años y por eso ante la amenaza de esos hombres armados que se cruzaron en su camino esa fatídica mañana hacia el municipio de Puerto Rico en Caquetá, su reacción no pudo ser otra que detenerse a la orden, bajarse del vehículo e intentar dialogar para salvar vidas, pero arremetieron contra él y su comitiva con la mayor violencia.
Aunque tuvo una corta carrera política, logró un gran reconocimiento por su valeroso e incansable trabajo con las comunidades, como congresista, como presidente de la Comisión de Paz de la Cámara de Representantes, con un discurso transparente y cargado de honestidad. Así lo conoció y lo recuerda Colombia.
Sin verdad no hay perdón, no hay dignidad para la memoria de las víctimas, tampoco consuelo para sus seres queridos y así no se logra la paz, no con un permanente manto de impunidad.
Después de más de dos décadas, estas siete familias los siguen extrañando y lo único que sabemos con certeza es que los propósitos criminales de los violentos que apagaron la vida de Diego y quienes lo acompañaban ese día, no han podido apagar su legado, ni su espíritu.
Lucía Bastidas Ubaté
Concejal de Bogotá