Problemática e impacto ambiental del sistema de hornos crematorios de Bogotá

Martes 22 de junio de 2021

Como consecuencia de la pandemia, la demanda por los servicios funerarios ha aumentado vertiginosamente, entre estos, los servicios de los hornos crematorios, generando un impacto negativo en el medio ambiente y afectando a las comunidades que circundan estos establecimientos, lo cual se ve reflejado en las múltiples denuncias interpuestas por los ciudadanos, quienes aseguran estar sufriendo afectaciones en su salud por las emisiones de humo y los olores nauseabundos que estos hornos están generando a diario. Tal es el caso de los vecinos de los hornos crematorios de Fontibón y el Cementerio del Sur.

Actualmente, cada día entre fallecidos por COVID-19, o por sospecha del virus, y muertes por otras causas se entregan más de 200 licencias de cremación, los hornos con los que cuenta la ciudad apenas alcanzan a 108 cremaciones, lo cual resulta insuficiente para el incremento de demanda que se viene prestando de cara al tercer pico de la pandemia en la ciudad.

Por tal razón, la Administración Distrital se vio en la necesidad de flexibilizar la norma, mediante el Decreto 172 de la Alcaldía de Bogotá, aunque prioriza la cremación, deja que los muertos por Covid-19 también puedan ser inhumados –algo que no implica ningún riesgo sanitario–. Esto permitió expandir la capacidad de reacción de todo el sistema frente a la emergencia que hoy se encuentra en su peor momento.

Actualmente, los métodos tradicionales para la disposición final de los restos humanos son la inhumación o la cremación y ambos generan impactos ambientales que deben ser, sino suprimidos, disminuidos radicalmente[1].

El primero, genera contaminación de los suelos por la liberación de lixiviados que mezclados con los residuos de las sustancias utilizadas para la preservación de los cadáveres[2] más las diversas sustancias presentes en los cadáveres, como las utilizadas en los tratamientos médicos hospitalarios o las que naturalmente libera el cuerpo humano, terminan contaminando los suelos y las fuentes de agua subterráneas de las ciudades[3]. El segundo, en el que se centra este debate, libera gases nocivos para la salud y en extremo dañosos para el medio ambiente como: CO2, Hidrocarburos, Material particulado, Benzopireno y Dibenzo antraceno[4].

Bogotá cuneta hoy en día con 13 hornos crematorios, seis operados por el Distrito a través de la Uaesp y siete por cuatro empresas privadas. Todos están en funcionamiento. La Secretaría de Ambiente les hace seguimiento y control. El Distrito afirmó que, para el mes de octubre del año inmediatamente anterior, la ciudad contaba con 2.329 bóvedas disponibles en cementerios públicos para cuerpos de adultos y 1.624 bóvedas para menores hasta 5 años, además de los 6 hornos del Distrito, los cuales tienen una capacidad de entre 96 y 106 cremaciones diarias y que están ubicados en los cementerios del Norte (3), Sur (2) y Parque Serafín (1).

Por lado, se ha evidenciado que existen otros factores, además de los hornos crematorios, los que generan contaminación alrededor de los cementerios de Bogotá, tales como el sistema de alcantarillado y los comercios ubicados alrededor de los cementerios como las marmolerías, las ventas de flores, etc., generan contaminación ya sea por la descomposición de residuos orgánicos, la proliferación de mosquitos o por la cantidad de material particulado que liberan estos comercios.

Así las cosas, la Administración debe tomar cartas para procurar disminuir la contaminación de los hornos crematorios y de los establecimientos que los circundan.

El principal impacto ambiental que ocasiona la cremación de los cuerpos está relacionado con la contaminación atmosférica, ya que, por un lado, emite los gases de combustión inherentes a cualquier equipo que realice esta práctica con combustibles fósiles, y además se generan productos volátiles debido a la calcinación. El cuerpo cremado produce gases de combustión que serán canalizados a la atmósfera generando compuestos como vapor de agua, monóxido de carbono y dióxido de azufre, dioxinas, hidrocarburos, partículas y compuestos orgánicos volátiles entre otros.

Según el Consejo Superior de Investigaciones Científicas - CSIC, un cuerpo humano emite unos 27 kilos de dióxido de carbono cuando es quemado, y esta contaminación se tendría que multiplicar por las cremaciones que haya en el día. "Cremar en los centros urbanos presenta inconvenientes a corto y largo plazo para las comunidades aledañas. A las concentraciones de óxidos de carbono, azufre y nitrógeno, sumando al material particulado (PM 10 y PM2,5) e hidrocarburos poli aromáticos, también se agregan reportes de emisión de metales pesados como mercurio, plomo y cadmio", explica el químico y experto en Toxicología, Fredy Vergara[5]. Adicionalmente, Cada cadáver cremado emite mínimo 2,5 gramos de mercurio. Antes de la pandemia se emitían en promedio 2,83 Kg mensuales de mercurio y 33.83 kilos al año que van a la atmósfera capitalina. Este tóxico no se destruye, sino que es un elemento bioacumulable y se va depositando en los seres vivos, generando deformaciones de células y afecciones cerebrales.

Desde la Fundación para la Defensa del Ambiente, sostienen que la cremación, cualquiera sea la tecnología utilizada, descarga al ambiente dioxinas, furanos, cloruro de hidrógeno, mercurio, cadmio, plomo, óxidos de azufre, óxidos de nitrógeno, monóxido de carbono, y partículas de distinto diámetro[6].

Según el "Informe Sobre el Impacto Ambiental y Sanitario de los Hornos Crematorios", elaborado por la Fundación para la Defensa del Ambiente, los cadáveres pueden contener eventualmente materiales artificiales (plásticos, metales), los cuales deben ser considerados residuos peligrosos. Además, frecuentemente la cremación incluye la quema de contenedores de madera con otros aditamentos, orgánicos y metálicos.

Ahora bien, también es necesario considerar los Efluentes[7] gaseosos y particulados descargados dentro de la planta. Estos resultan de las operaciones de carga, descarga, manipulado, almacenamiento, alimentación de los hornos, funcionamiento de los mismos y manejo de las cenizas. Según Agencia Ambiental de Estados Unidos, -EPA- "Las emisiones fugitivas y vertidos accidentales pueden liberar tanto o más material tóxico al entorno como las emisiones directas de incineraciones incompletas de residuos. Existe un riesgo potencial de exposición, del ambiente y los seres humanos, al extraerse estos productos de sus contenedores"[8]

Tales emisiones pueden incluir moléculas orgánicas, metales pesados e incluso virus y bacterias que se desplazan por aire o son transportadas por "vehículos" particulados. Los más afectados suelen ser los operarios de estas plantas[9]. Cabe señalar que los efectos para la salud son la irritación de mucosa respiratoria, (por lo que ocurren enfermedades respiratorias), bronquitis, afectación de la conjuntiva ocular y problemas de oxigenación de la sangre.

Por tal razón, los hornos requieren permiso de emisiones atmosféricas teniendo en cuenta que es una actividad susceptible de producir emisiones de sustancias toxicas y dañinas para la salud, por lo que, en la normatividad ambiental vigente, se requiere su constante seguimiento y control.

¿Qué se debe hacer?

En muchos países del mundo, un horno crematorio no puede operar en zona poblada. Como la deriva de sus descargas se extiende a grandes distancias en función del viento y otras variables. En España implementaron una franja mínima de protección que deben tener a su alrededor, que es de unos 5.000-10.000 metros.

No obstante, los expertos señalan que "la contaminación producida en la zona puede moverse "fuera" del sistema: Hacia las aguas subterráneas por fenómenos de infiltración; hacia otras zonas por agua de lluvia que los traslade superficialmente (escorrentía), y hacia zonas habitadas, cultivos y otras instalaciones por efecto del viento."

Finalmente, ante el aumento en la acogida de la cremación como método para la disposición final de los restos humanos, queremos dejar sobre la mesa, la posibilidad de incentivar la implementación de los últimos desarrollos de la ciencia, en cuanto a los métodos que se emplean para la disposición final de los restos mortales, por ello se propone la aplicación de los siguientes métodos:

- La "resomación" o Hidrolisis Alcalina:

Consistente en una disolución química del cadáver, en la cual se somete al cuerpo a una compresión en agua con una sustancia alcalina a altas temperaturas, de manera que él se desintegra quedando como residuo una ceniza blanca que es entregada a los familiares[10].

- La "promesión" o desintegración por congelación:

Consistente en la congelación del cuerpo mediante nitrógeno líquido, se reduce a cenizas mediante vibración, con posterioridad se deshidratan los restos lo que da como resultante un polvo que luego pasa por un proceso de clasificación para retirar metales o restos quirúrgicos de manera que se entregue solo el polvo a los familiares[11].

En conclusión, de acuerdo con el desarrollo de la ciencia, arte o técnica de la que se trate, la regulación deberá actualizarse no solo para acoplarse, sino para permitir y promover la aplicación de los más recientes desarrollos científicos que, en el caso de la disposición de los cadáveres y como se explicó con anterioridad, son más amigables con el ambiente.

 

Concejal Armando Gutiérrez González
Partido Liberal

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