El inmigrante no es un delincuente: es una víctima de la depredación capitalista

La problemática de los inmigrantes hoy es noticia en el mundo y en Colombia. Cientos de miles de jóvenes africanos exponen a diario sus vidas atravesando el Mar Mediterráneo en precarias embarcaciones. Muchos de ellos mueren ahogados en el intento.

 En Norteamérica miles de trabajadores mexicanos y centroamericanos se enfrentan al enorme muro que el gobierno de los EE.UU. construyó para impedir su paso. Allí se exponen a ir a la cárcel o a recibir un balazo. En Europa miles de sirios huyen de la guerra y cruzan Serbia y Hungría con el sueño de llegar a la zona “shengen”. Y en Venezuela, más de un millar de colombianos son expulsados del país acusados de ser paramilitares y delincuentes. Es un drama humanitario que se presenta en muchas otras regiones del mundo. Y de seguro, se va a acrecentar.

 

¿Qué es lo que está ocurriendo? ¿En qué se diferencian estas migraciones a otras que ocurrieron en los siglos XIX y XX? ¿Cuál es su particularidad y esencia?

 

En primer lugar, es importante destacar que el ser humano es por naturaleza migrante, viajero, aventurero. Siempre en búsqueda de una vida mejor, con bienestar y seguridad. Lo hizo desde el principio nuestro ancestral homínido y en ese proceso se transformó en “hombre moderno”. Así surgió la humanidad de la madre África y colonizó el planeta tierra. Todos los pueblos y naciones se han alimentado de múltiples migraciones a lo largo del tiempo. Sin embargo, nunca estas movilizaciones humanas habían llegado al grado de riesgo que muestran las actuales migraciones, en donde se observan conductas desesperadas y suicidas.

 

Segundo, es necesario mencionar las diferentes clases de migraciones que ocurren en forma simultánea. Mientras millones de jóvenes con cierto grado de cualificación educativa y formación profesional huyen de sus países pobres y dependientes, buscando el supuesto “progreso” en el mundo desarrollado del “norte”, otro grupo de personas de esa parte del planeta –incluso más grande y numerosa–, viaja en plan de turismo, diversión y entretenimiento hacia el “sur”. Paradójicamente, individuos de la tercera edad de esos países ricos deciden pasar sus últimos años en pueblos de la periferia, alejados de una “civilización” hipertrofiada por la congestión, la contaminación ambiental y el consumismo obsesivo.

 

Así, se conjugan y superponen diferentes clases de migraciones: programadas y espontáneas; masivas e individuales; por causas económicas o por impacto de guerras y conflictos; temporales y definitivas; conflictivas y asimilables. Y de esas diferencias aparecen entonces inmigrantes legales e ilegales, refugiados y asilados, perseguidos o bien tratados, legalizados y expulsados. Normas internacionales y nacionales tratan de reglamentar esta problemática pero más de las veces se quedan cortas frente a una realidad apabullante que asume la forma de una nueva clase de resistencia pero, a la vez, de guerra de exterminio.

 

Un tercer aspecto que debe analizarse consiste en que las grandes migraciones –individuales o colectivas– del sur hacia el norte, son ocasionadas fundamentalmente por fenómenos económicos relacionados con el nuevo tipo de acumulación capitalista: la desposesión (http://bit.ly/1JBguBZ). La lógica de la ganancia capitalista ya no solo está centrada en la producción y en la generación de empleo precario en los países de la periferia. La apropiación de territorios por parte del gran capital y la reprimarización de las economías de las naciones subordinadas, empuja a millones de seres humanos a la pobreza, la indigencia y la desesperación.

 

En ese ámbito de conflicto se desarrollan fenómenos que los Estados nacionales no controlan. Diversas clases de violencias han aparecido en todos los continentes. Todo tipo de tráficos ilegales (drogas, armas, personas, combustibles, mercancías, información, pornografía, etc.) se han convertido en nuevas economías subterráneas que son estimuladas y manejadas por la gran burguesía financiera, canalizando dineros y recursos surgidos en medio de la violencia y el crimen. Amplios grupos de migrantes son obligados a ser instrumentos de esas economías “ilícitas” pero que sirven al mismo objetivo de acumulación por desposesión.

 

Frente a esta problemática, los grupos políticos más reaccionarios utilizan falsos nacionalismos para atizar la xenofobia y el racismo. En Europa importantes sectores políticos han construido su fuerza con base en el rechazo a esta población y la aprobación de normas legales para expulsarla e impedir su entrada al continente. En EE.UU. el precandidato republicano Donald Trump cabalga sobre consignas anti-inmigrantes, lo que le ha traído grandes réditos entre un sector de la población. Aparece como el favorito entre los posibles votantes de esa corriente política. Los inmigrantes mexicanos, latinos e “hispanos”, han sido objeto de sus agresivos ataques que rayan en la locura. Esas fuerzas de derecha le han hecho creer a amplios sectores de la población que la crisis económica y la quiebra moral que sufren sus sociedades son causadas por la presencia de inmigrantes y razas impuras.

 

En Colombia la problemática se centra en la situación de miles de colombianos residentes en la frontera con Venezuela que están siendo expulsados por el gobierno venezolano. Se ha construido en la nación hermana una matriz ideológica que trata de explicar la violencia que vive ese país, principalmente delincuencial, con la supuesta exportación desde Colombia de grupos paramilitares. Se desconoce así que el fenómeno de la expansión de la delincuencia y las violencias relacionadas, es un problema más complejo asociado al modelo económico neoliberal, a la dependencia del petróleo, a la corrupción de las mismas autoridades civiles y militares, y a la influencia de las economías “ilegales” transnacionales que asolan la sociedad planetaria.

 

Es indudable que el caso colombiano es bastante atípico. Más de 9,5 millones de colombianos han migrado en los últimos 40 años. La violencia política, la expropiación violenta de la tierra a millones de campesinos, la desindustrialización de la economía, las precarias condiciones laborales, la falta de oportunidades y la ausencia de una democracia plena, obligó a casi la quinta parte de los colombianos a buscar en el exterior lo que no podían conseguir en su país.

 

Según cálculos aproximados más de 5 millones de nacionales viven en Venezuela. En EE.UU. se calcula la presencia de 2 millones. En Ecuador son 500.000 colombianos. En países como Panamá, Costa Rica, México y Argentina las cifras en conjunto superan los 200.000. En Europa otro tanto, y los demás están regados por todo el mundo. Ha sido una diáspora callada, sorda, ocultada y minimizada por teorías que justifican esa tragedia humana en un supuesto espíritu aventurero de los colombianos, encabezados por los “paisas” (antioqueños).

 

Pero esa situación también se ha vivido en lo interno. Migraciones forzadas de más de 6 millones de campesinos los ha llevado a refugiarse en los grandes centros urbanos, especialmente en Bogotá, que hoy ya cuenta en su área metropolitana con más de 10 millones de habitantes. Sin embargo, esta ciudad ha sido un ejemplo de espíritu de asimilación e integración de los migrantes y desplazados. Los bogotanos, que en su mayoría son de origen provinciano y rural, reciben bien y se muestran solidarios con la población que llega continuamente a la ciudad. Esa actitud espontánea ha sido totalmente interpretada por la actual administración de la Bogotá Humana, impulsando una política integral contra la segregación social que es un objetivo fundamental de su plan de desarrollo.

 

De esta experiencia deben aprender los gobiernos de los países receptores de migrantes. Basta ya de estar discriminando y persiguiendo al inmigrante. El alcalde Gustavo Petro ha ofrecido la ciudad para albergar y atender a los nacionales colombianos expulsados de Venezuela (http://bit.ly/1Vd8dMW). Ese ofrecimiento humanitario se constituye en un mentís para quienes quieren hacer creer que todos los colombianos de frontera han sido permeados por el paramilitarismo o son delincuentes.

 

Sin embargo, en términos generales, la problemática mundial de migraciones incontroladas y masivas requiere de una transformación del modelo de desarrollo depredador del capitalismo salvaje que ha reaparecido en el siglo XXI. Así como la humanidad está degradando el ambiente y la naturaleza, está ocasionado la descomposición de cientos de sociedades humanas, destruye lazos comunitarios de pueblos originarios y genera el caos existencial que lleva a que ocurran fenómenos migratorios de una naturaleza insospechada.

 

El inmigrante del siglo XXI es una víctima del sistema capitalista. No puede ser tratado como un paria de la tierra y se le deben respetar sus derechos humanos. Expulsiones masivas, señalización discriminatoria y destrucción de sus viviendas, son acciones de naturaleza derechista que le hacen el juego a posiciones políticas reaccionarias.

 

Así como defendemos los derechos de la naturaleza, de los animales y de todo ser viviente, debemos ponernos al frente de la lucha porque los gobiernos elaboren y apliquen políticas para integrar a los inmigrantes a las diversas sociedades y les ofrezcan todas las condiciones y oportunidades para construir una vida digna y pleno bienestar para sus familias.

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