Ante los hechos, el Ministerio de educación defiende los principios y normas que sustentan la educación sexual en Colombia; no obstante, omite contar que las “cátedras”, incluida la de educación sexual, no tienen espacios, ni momentos definidos en los colegios; carecen de “doliente”, financiación sostenible, seguimiento, integración curricular, de criterios de gradualidad y complejidad de los aprendizajes según las edades y contextos de los sujetos en el sistema educativo. Tampoco existen puentes entre la cátedra de educación sexual y los servicios públicos de salud física y mental para la población en edad escolar. La cátedra de educación sexual es una actividad que solo da cumplimiento a un requisito, mientras: “19 de cada 100 niñas que estudian en colegios quedan embarazadas,… los casos de abuso ocurren con mayor frecuencia contra niños entre los 5 y 14 años, en su núcleo familiar”, según lo afirmado por la Ministra Parody, en El Espectador del pasado 18 de febrero, citando cifras de Bienestar Familiar.
La educación sexual no puede seguir siendo un evento al año. Debe ser una actividad curricular, interdisciplinar, donde se acompañe a los niños en el descubrimiento y respeto del cuerpo, los órganos genitales, la noción de género, los derechos sexuales y reproductivos, más la práctica social y comportamientos que de ello se derivan en nuestro marco cultural y sus valores. ¿Porqué eludir la curiosidad de los niños por saber cómo llegaron al mundo? La curiosidad les es propia y obtiene respuestas en la interacción con los padres, la familia, la escuela y los amigos.
La escuela y los padres de familia deben construir y ambientar juntos, respuestas que satisfagan las inquietudes que formulan los estudiantes, desde edades cada vez más tempranas y por múltiples razones; entre ellas, el uso de la televisión y los teléfonos inteligentes, donde consultan e intercambian imágenes, incluso de contenido pornográfico.
La educación sexual, en todos los niveles escolares, debe contrarrestar los efectos nefastos de nuestra realidad social: niños, niñas, adolescentes y jóvenes que descubren en su propia cotidianeidad y cuerpo, las agresiones sexuales, el embarazo temprano y no deseado, el VIH Sida y otras enfermedades transmisibles sexualmente; antes de haber escuchado y debatido sobre estos temas para saber cómo identificarlos y enfrentarlos. La educación sexual en la escuela se aborda desde lo biológico y lo científico, informa sobre el mundo que rodea a nuestros hijos, y sensibiliza a la protección de la vida y la transformación de los comportamientos de riesgo en las relaciones sexuales.
La Escuela tiene límites en materia de educación sexual pues existe un componente que no es de su dominio, el del placer. Dejemos que hable por nosotros el psicoanalista Gérard Bonnet[i] al afirmar: “La escuela debe cumplir su misión de información sobre la anatomía y la reproducción. En cambio, lo relacionado con el placer pertenece a la intimidad. Es un descubrimiento que pertenece a los niños, que se hace progresivamente, que no puede ser enseñado”.
El sistema educativo debe acompañar a los estudiantes para cambiar sus comportamientos ante los riesgos que hoy les agobian: ¿Cómo prevenir? ¿A quién acudir? ¿Cuáles son los protocolos fiables y de fácil acceso? ¿Permiten esos procesos ser asumidos por las víctimas o personas en riesgo, de manera autónoma? ¿encuentran en el Estado una respuesta oportuna y eficaz?
En Colombia estamos lejos de alcanzar dichos estándares. No está al orden del día asumir con fundamento y responsabilidad la educación sexual de la niñez y la juventud, aunque de ello depende que nuestros niños, niñas, adolescentes y jóvenes no sean terreno fácil para quienes cambian su inocencia por “espejitos” o se la apropian mediante la violencia.
Febrero 22 del 2016.
Celio Nieves Herrera
Concejal de Bogotá.