El agua es uno de los recursos más importantes del planeta y el que más abunda. Hay aproximadamente un 97.5% de agua salada y 2.5% de agua dulce -esta última es la usada para el consumo humano y la gran mayoría de actividades humanas-. Esa gran disparidad entre la cantidad de agua dulce y salada muestra que es necesario un tratamiento del agua que ya ha sido usada a fin de reinsertarla para la producción económica, el consumo humano e incluso las masas de agua de donde fue extraída.
El uso del agua por parte de las sociedades humanas altera el ciclo del agua y degrada la calidad de este recurso hídrico. Si es descargada sin ningún tipo de tratamiento puede ocasionar serios daños a los ecosistemas acuáticos. La descarga de aguas residuales con organismos patógenos también puede afectar negativamente la salud humana. Con el tratamiento adecuado esta contaminación puede ser reducida y el agua residual puede incluso servir como agua reciclada. Es así que el tratamiento de aguas residuales tiene un papel crucial para lograr un desarrollo sostenible.
Miremos el caso de China, el país más poblado del mundo, que desde la década de los 70 viene desarrollando este tipo de tratamiento. En 2013 una encuesta mostró que más del 70% de los chinos se sentía preocupado acerca de la contaminación del agua. Si bien a medida que crece la población crece la demanda de agua, en China se ha dado un descenso en el consumo de agua en el sector de agricultura e industrial, lo que se debe probablemente a sus políticas de conservación del agua y el tratamiento de la misma. Si esto es posible, ¿por qué ha costado tanto trabajo descontaminar el río Bogotá luego de casi 70 años?
El crecimiento acelerado de la ciudad parece ser la respuesta. Se ha mantenido una relación lineal entre el crecimiento poblacional y la expansión de suelo urbanizado, ya que los planes de desarrollo urbano se han centrado más en la expansión que en la densificación de la ciudad. La expansión se ha dado sobre todo hacia el borde occidental, justo donde se ubica el río Bogotá.
Una de las respuestas al crecimiento poblacional entre 1960 y 1980 fue la modificación del perímetro urbano, incluyendo dentro de la ciudad a los barrios ya existentes que surgieron más allá de los perímetros autorizados. Es posible entonces que el crecimiento informal resultara en un buen mecanismo de acceso al suelo para algunos grupos sociales. No obstante, no hay equivalencia entre esos hechos urbanísticos aceptados y la capacidad de la ciudad de dar cobertura a la red de acueducto y alcantarillado existente en su momento, que terminó por ocasionar una contaminación acelerada al río Bogotá.
Entre la década de 1990 y 2000 se consolidan con más fuerza estos asentamientos informales, teniendo incidencia en las condiciones del río. El crecimiento de la ciudad se ha dado a costa de un evidente daño medioambiental. No miremos sólo la contaminación del río Bogotá, sino los fenómenos de ocupación en las cuencas de los ríos Salitre, Tunjuelo y Fucha, caracterizados por un aumento de población con patrones similares por la necesidad de abastecimiento de agua que se ve satisfecha en la parte alta de las cuencas, pero al mismo tiempo se lleva a cabo el vertimiento de residuos y desechos convirtiendo los ríos en las cloacas de los habitantes.
Esta degradación ambiental de las fuentes de agua, y sus efectos en las condiciones sanitarias y de salud de la población, lleva a que los ríos se canalicen y se cubran para construir sobre ellos. Al igual que la contaminación de estos tres ríos, la contaminación de la cuenca media del río Bogotá es producto del desarrollo urbano a lo largo de su borde entre los años 1960 y 2000.
Para 1985 se determinó que la recuperación del río dependía de verificar las condiciones del cuerpo hídrico como de un análisis para reconocer los puntos de la ciudad que contaminan los afluentes de las cuencas de los ríos Tunjuelo, Fucha y Salitre. Para esa época se propone crear las Plantas de Tratamiento de Aguas Residuales (PTAR) para tratar las aguas antes de su descarga final al río Bogotá.
En Bogotá sólo se construyó la PTAR Salitre al norte de la ciudad, hoy con su capacidad de tratamiento a tope, lo que implica que los ríos Fucha y Tunjuelo siguen liberando sus aguas sin ningún tipo de tratamiento, pese a que desde los estudios generados en el tema se recomendó construir tres (3) PTAR para los tres ríos. La PTAR Canoas, que se ubicará en Soacha, no ha iniciado sus obras para tratar las aguas del río Fucha y Tunjuelo, a pesar de que llegaría a tratar el 70% de las aguas residuales de Bogotá y el 70% de las provenientes de Soacha. Una ciudad del tamaño de Bogotá y con la cantidad de población que tiene no da abasto con una única planta y no hay certeza de cuándo empezaría a operar este mega proyecto de infraestructura.
Como si fuera poco, la Contraloría encontró 21 falencias en el proyecto PTAR Canoas que cuenta con una inversión de $4.5 billones como: fallas en los planos, diseños, cronograma, área del proyecto y de influencia, entre otros. El ente de control concluyó que “los resultados obtenidos de los indicadores, en términos de la cantidad y calidad del agua vertida al río por Bogotá, evidencian en síntesis que durante los últimos cuatro años, los cuatro afluentes no han mejorado su calidad hídrica(…) situación que conlleva a definir que las acciones implementadas para mitigar y restablecer los atributos a estos afluentes carecen de oportunidad, eficiencia y efectividad”.
Lo anterior demuestra que hay serios rezagos para la descontaminación del río Bogotá por el atraso en la PTAR Canoas cuyas consecuencias son 1. Demora en entrega de la obra 2. No se está dando cumplimiento a la sentencia. 3. No se está garantizando la descontaminación del río Bogotá. Esto pese a que desde la década de los 80 los expertos han sido claros en determinar la necesidad de al menos 3 plantas para tratar las aguas que llegan al río.
La solución parece estar en un conjunto de acciones. La infraestructura ayudará, pero no lo es todo si no despertamos consciencia ciudadana y educación en el manejo de residuos y el ahorro del agua. Debemos preguntarnos por el nivel de contaminación de la totalidad de la cuenca del río y ampliar el ámbito de análisis más allá de la ciudad hacia la región, para determinar las medidas urgentes y convenientes para su saneamiento. Falta mayor consciencia ciudadana y también voluntad política para proteger estos recursos ambientales. Muchas veces la ciudadanía no tiene los conocimientos técnicos en el manejo de los residuos, de los recursos naturales y en cómo impactan sus acciones al medio ambiente, vacío que las autoridades ambientales pueden llenar.
Armando Gutiérrez González
Concejal Partido Liberal
Bibliografía
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