En 2009, Giosue Cozzarelli, candidata al certamen de belleza de Miss Panamá, se descarriló relacionando al milenario Confucio con la confusión. Sin embargo, el célebre pensador chino quizá sea un poco más conocido por reiterar la importancia de la constancia y la paciencia como virtudes para la consecución.
Ahora bien, resultaría curioso preguntarse lo siguiente: ¿hasta dónde llegaría la paciencia del maestro chino si llevara más de 70 años como espectador de una pelea sin sentido por la construcción de un metro en este ring en el que se convirtió Bogotá; en donde, al mejor estilo de la Chimoltrufia de Chespirito, los mandatarios que han tenido en sus manos su construcción “como dicen una cosa, dicen otra”? Porque una cosa es lo que dicen en campaña, y otra completamente distinta es lo que hacen al asumir el poder -o al dejarlo-.
Entre debate y debate sobre la viabilidad del sistema, entre estudios descartados, entre contrataciones exorbitantes, derroches de dinero e intereses políticos, Confucio, al igual que millones de bogotanos, ya estaría en un estado de confusión tan grande que le haría cuestionar todos los límites de la paciencia, la cordura y la lógica. Como todos nosotros, estaría harto de este disco rayado, de este sirirí, de la falta de resultados de este metro que no va a ningún lado, de esta pelea eterna en la que todos pierden. Decepcionado, incrédulo e iracundo, estaría hastiado de leer datos y declaraciones sobre las ventajas de un sistema elevado en comparación con uno subterráneo; habría perdido toda posibilidad de fe en sus gobernantes, y ni siquiera sus compatriotas del consorcio chino que construye el metro podrían explicarle por qué, cuando por fin está en marcha el proceso de construcción, ahora se ponen trabas de todo tipo para que se cambie el proyecto, simplemente por caprichos que buscan, más allá de un bien común, satisfacer egos políticos de mandatarios que intentan, a como dé lugar, pasar a la historia como los caudillos que lograron el sueño de construir esa utopía bogotana, pero que, paradójicamente, lo están convirtiendo en una pesadilla interminable para una ciudad que no da más.
La paciencia de los bogotanos ya llegó a su límite, y es una vergüenza que mientras los demás países de la región avanzan en sus sistemas de transporte, en Colombia no se le dé una solución concreta a un problema que está limitando todo el potencial de una ciudad del tamaño, la población y la importancia de Bogotá. Así como vamos, la falta de constancia y la impaciencia de algunos mandatarios por parecer héroes van a destruir el más elevado de los propósitos de esta ciudad. Y lo más triste del asunto es que esta pelea sin fin hará que nuestros nietos lean un escrito como este en 40 años y sientan, de forma inevitable, que se escribió ese mismo día.
MARÍA VICTORIA VARGAS CONCEJAL DE BOGOTÁ
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