¡Lo mismo que antes!

Hace algunos días, en una reunión en un café cercano a la Universidad del Rosario, un grupo de profesores comentaba un artículo de Semana sobre cómo se vería Bogotá en 2060, según el programa de inteligencia artificial ChatGPT –el tema de moda–.

El artículo mostraba unas imágenes dignas de una ciudad soñada, llena de espacios verdes, con rascacielos exuberantes, autopistas de dos pisos y, curiosamente, con un metro elevado. Bogotá, diría uno, se veía ya no como la “Atenas suramericana”, sino como la “Singapur de los Andes”. Sin embargo, la ciudad soñada se desvaneció de manera vertiginosa cuando, dentro del grupo de profesores, alguno comentó entre risas que tener una ciudad así era algo imposible porque “acá siempre habrá trabas para todo o, como decía Jaime Garzón, siempre pasará lo mismo que antes”. Cuanta sabiduría en esa frase, desafortunadamente.

Al salir del café y ver el BD Bacatá no pude dejar de imaginar cómo serían los problemas de la gran cantidad de rascacielos que proponía la imagen, si tan solo este ya ha presentado suficientes; pero de eso hablaremos en otra ocasión. El hecho es que el comentario del profesor me hizo volver al gran Jaime Garzón, más exactamente a su programa Zoociedad, esa genialidad que trataba con un humor finísimo los asuntos del país a comienzos de los 90. Decidí, entonces, buscar en YouTube algunos capítulos, y lo que más me llamó la atención, luego del humor, es que se hablaba básicamente de los mismos problemas de los que se habla hoy en día; el ELN, el río Bogotá, la inseguridad, la inflación, el metro de Bogotá (como para variar). Incluso, en un fragmento titulado Lo mismo que antes aparecían imágenes de la campaña a la Alcaldía de Pardo Koppel ofreciendo solucionar el problema de transporte masivo de la capital, y luego las contrastaban con unas de Juan Martín Caicedo Ferrer unos años más tarde diciendo lo mismo.

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Al ver todo esto, y luego de la gracia irónica inicial que causa ver cosas del pasado repetidas en el presente, me pude dar cuenta de que parece que en realidad viviéramos en un carrusel. Todos los años tenemos las mismas noticias, de todo tipo. Se destapa una olla de corrupción; sale un video de “usted no sabe quién soy yo”; los papás se quejan del costo de los útiles escolares; en Cartagena le cobran un millón de pesos a unos turistas por una mojarra; aparecen nuevos hijos de Diomedes Díaz; hay bloqueos en Soacha; alguien se gana el chance con unos números que aparecieron en un pescado; colapsa Transmilenio; desmantelan una red de cosquilleo en San Victorino; se discute la viabilidad del metro de Bogotá; los agarrones políticos dejan frenados los proyectos. Las cosas quedan a medias. Una y otra vez, una y otra vez.

En el caso concreto de Bogotá llevamos debatiendo los mismos temas hasta el cansancio y no se ven soluciones concretas a los problemas que se plantean. La ciudad avanza en unas cosas y termina retrocediendo en otras. Rara vez se construye sobre lo construido, y se termina arrancando de ceros. Nos desgastamos en discusiones bizantinas y caemos en la definición de locura del propio Einstein: tratamos de obtener distintos resultados haciendo lo mismo una y otra vez; lo mismo que antes. Y sí, puede que en un comienzo parezca algo risible la idea de que en el país se repitan las cosas año tras año, como si ya fueran parte de nuestra idiosincrasia. Pero la realidad es que más que risa esto genera frustración; la frustración de caer en los mismos errores siempre sin aprender nada de ellos; la frustración de que por estar estancados en los mismos asuntos no se consideren nuevas ideas que, aunque no conviertan a Bogotá en una “Singapur de los Andes”, como la muestra la inteligencia artificial, sí la lleven a ganarse el respeto que se merece, a ser la gran ciudad que debe ser y a que sus habitantes se sientan orgullosos de ella. Respecto al pasado no podemos hacer nada, pero está en nuestras manos no repetirlo, no quedarnos eternamente en lo mismo que antes. Ya es hora de discernir, de enderezar el presente con diligencia para construir un futuro con inteligencia.

MARÍA VICTORIA VARGAS SILVA

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