La Tierra es un ser vivo, y al mismo tiempo una construcción cultural. Los ecosistemas y la cultura serían los polos de una misma unidad orgánica y espiritual, que la modernidad se ha empeñado en separar con resultados degradantes para cada uno de los dos componentes, no sólo para la naturaleza, como podría creerse.
De esta forma, la dignificación del ser humano estaría inexorablemente vinculada a la dignificación de la naturaleza. La masa creciente de materia prima y ‘recursos’ naturales que demanda el modo de producción industrial, está directamente relacionado con nuevas formas de trabajo esclavo, traducidas en las cerca de 1800 millones de personas que habitan hoy las áreas urbanas informales, número que para el 2030 será el 60% de la población mundial. Esos habitantes informales hacen parte de los 2100 millones de personas que hoy carecen de agua potable, y de los más de 4000 millones que no disponen de un saneamiento seguro, con efectos directos sobre la contaminación ambiental.
Repercusiones que también alcanzarían a los 361.000 niños menores de 5 años que mueren cada año a causa de la diarrea. Al mismo tiempo que el saneamiento deficiente y las aguas contaminadas que consume gran parte de la población mundial, constituyen un caldo de cultivo para la transmisión de enfermedades como el cólera, la disentería, la hepatitis A, y la fiebre tifoidea.
En situación de informalidad y marginalidad, el ecosistema humano experimenta sus máximos niveles de deterioro, traducidos en pobreza, delincuencia, desempleo, hacinamiento, insalubridad, violencia intrafamiliar. Situaciones cuya raíz sería la crisis de la relación de la cultura con la naturaleza, con la Tierra. Crisis de la cual el fenómeno pandémico global del COVID es una expresión limite.
A esta interdependencia de los ecosistemas naturales y sociales, se impone la formulación de paradigmas híbridos como la Biocultura, encaminados a ganar integralidad en la concepción y manejo del hábitat. Es decir de un entorno humano cuya materialidad e inmaterialidad deberán ser valoradas como atributos ecosistémicos, no como meros objetivos de procesos de acumulación de capital, ajenos a las identidades colectivas y a los intereses de las comunidades locales.
Para la implementación de la Biocultura resulta definitivo el reconocimiento tanto de la dimensión ecosistémica de la sociedad, como de la naturaleza como sujeto de derechos. Una ecología emergente en la cual conviven los procesos interculturales, tradicionalmente ocultos e ilegítimos para los modelos homogeneizadores y globalizantes; y las demandas de la naturaleza como nuevo actor jurisprudencial.
Es la Tierra la que puede unirnos como especie, para lo cual se hace necesario honrarla. De lo contrario seguiremos siendo un proyecto social construido sobre el desarraigo, una especie sin hogar.
Te invito a conocer el Proyecto de Acuerdo 223 “Por medio del cual se establecen los lineamientos de la estrategia de respeto, protección y garantía de los Derechos De La Naturaleza en el Distrito Capital”
Te invito a ver nuestro mensaje por el día de la madre tierra:
https://www.youtube.com/watch?v=FP7WUkZeses
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